miércoles, 26 de septiembre de 2012

B 1.797.289


Por Ezequiel Echeverría
ezequiel@la94sport.com

En esta ocasión nos remontaremos a las primeras transmisiones. Habíamos empezado por agosto del '87 y justamente frente a Argentino de Rosario. Y nuestra historia tiene como protagonista a nuestro primer viaje a la cancha del "Salaíto".

Transmitir de visitante, y sobre todo desde tan lejos, era una aventura. Siempre es oportuno recordar que los celulares todavía no existían. Unos días antes del partido tomé un micro hasta Rosario como para "reconocer" la zona del estadio y ver si podía conseguir algún vecino caritativo que nos alquilara su línea de teléfono.

Ya había ido con un dato: un pariente del Presidente del club vivía detrás de uno de los arcos.
Llegué a la terminal, me tomé un taxi y fui hasta el barrio Sorrento (el nombre se debía a la central eléctrica que estaba a pocos metros de la cancha y cuya chimenea se divisa aún hoy desde muchas cuadras). Primero traté de ubicar la casa de la familia del Presi de un club casi fantasma... Todo cerrado, sin movimientos y tal cual lo conocemos hasta hoy, preguntándonos ¿cómo se sostiene dicha institución?; sin socios, sin hinchas, sin actividades, sin...nada.

Pero la siesta rosarina no me ayudaba. Cualquier puerta que golpeara encontraría rostros de sueño y molestia por quebrar ese rito de una mega ciudad que tiene rasgos pueblerinos. Las malas caras a las que me enfrentaba me hicieron optar por sentarme debajo de un árbol y esperar aunque sea una horita. Hasta que un señor mayor pasó caminando y medio de reojo me invitó a una pregunta: "...oiga jefe, conoce la casa de fulano...?". "...sí pibe, es aquella, la blanca con la puertita negra...".

Bueno, empezaba el momento de mentalizarse como para entablar un diálogo con la vecina o vecino y convencerlo de que nos alquilara su línea para el sábado. No era fácil. Manguear un teléfono por aquellos años en donde no todos tenían, y las casas se alquilaban o vendían con el plus "con teléfono" era una odisea. Para colmo, el miedo a la llamada; ¿cuánto costaría si se hacía desde la línea alquilada?. "No pibe, no..." era la respuesta frecuente. Entonces uno tenía que ir con un discurso ganador, convencer de que no había riesgos, poner una cara que inspirara confianza y ofrecer una suma importante de dinero porque en varias oportunidades muchos "no" se revertían con los billetes.

Así golpeé mis manos y un señor sexagenario me atendió y escuchó atentamente mi propuesta. Debo reconocer que resultó mucho más fácil de todo lo que me había imaginado desde que había salido ocho horas antes desde Morón (aclaro que había tomado la Empresa Argentina que para esa época era como una Lujanera que paraba en todas hasta Rosario).

Ya había ganado el partido... El sí de este vecino y la reconfirmación unas veinte veces de que el sábado iríamos, la hora y todo lo que quería dejarle en claro, era mi triunfo personal. Volví a Buenos Aires y le comuniqué a mi amigo y compañero Víctor Gutiérrez que la línea era nuestra.

El sábado, por la mañana, partimos tempranito. Hacía pocos días había comprado mi primer auto, que en realidad era de la familia... una Break 12 modelo '80 color bordó. Lo estrenaba yendo a esa transmisión. Recuerdo que fuimos cuatro: Víctor, Walter (compañero de facu, estudiante de periodismo que me daba una mano en vestuarios), Buby (el técnico que tiraba los cables y nos hacía el servicio para la transmisión) y yo. Cuando Víctor ve la Break me dice: "...cabezón, ¿cuándo te la compraste?; ¿le jugaste la patente?...".
Obviamente mi respuesta fue no. Les puedo jurar que me tuvo loco hasta que paramos en una estación de servicio en donde llamó a su "corredor de apuestas amigo" y le jugó a las tres cifras : 289.

Lo que sigue quizás para la anécdota pierda importancia, porque llegamos, nuestro vecino nos alquiló la línea, tiramos como 200 metros de cable, transmitimos y todo a favor. Creo que hasta el resultado nos sonrió. Pero ya sobre el final de la transmisión, cigarrillo en mano, Víctor Gutiérrez le pregunta a nuestro hombre de estudios centrales (en este caso era otro amigazo: Roberto García) si tenía los números de la tarde... Vale aclarar que uno de nuestros auspiciantes era una agencia de lotería y todos los fines de semana pasábamos los resultados de los sorteos. Roberto, con su típica voz, firme y seria dice: "...anote Gutiérrez, a la cabeza el 289...".
Víctor se puso blanco, se ajustó los auriculares y volvió a preguntale el número ganador. "...289 Gutiérrez, 289...".

En un estadio vacío, nuestros gritos coparon la tardecita. No lo podíamos creer, porque acertar las tres cifras era mucha plata. Tanto, que esa noche retrasamos el regreso y nos quedamos a cenar opíparamente y volvimos con todos los astros de nuestro lado.

Recuerdo que cuando Víctor fue  a cobrar su premio y me trajo la mitad, era mucho, pero mucho en serio. Y hasta el día de hoy lo recordamos, justamente casi 25 años después, tanto mi compañero como yo tenemos un lugar en nuestros recuerdos de la tarde en que la fortuna nos dio un plus luego de una transmisión exitosa.

sábado, 11 de agosto de 2012

Cuiden al nene

Por Ezequiel Echeverría
ezequiel@la94sport.com

En esta ocasión, la historia es corta. Principios de los '90, Morón en la "B" nacional, y la visita era a Tucumán para enfrentar a Atlético.
Nuestro viaje coincidió con el del plantel. Ya les había contado que los dirigentes del gallo siempre nos dieron una mano y a través de ellos conseguíamos los pasajes a precios mucho más económicos comprándoselos a la empresa de viajes que operaba con la A.F.A.
Luego de la salida del Gato Daniele (que había conseguido el ascenso y había tenido un muy buen primer año en la categoría), llegó la dupla Tojo-Telch.
Tipos serios, laburadores, y apasionados de su trabajo; habían llegado al club con tantas ganas que, por ejemplo, se los veía arrodillados en el campo de juego curando pocito por pocito porque ellos sostenían que existía un bicho que no dejaba crecer bien el césped.
Pero ésta no era la anécdota.
Imagínese amigo lector, que para muchos jóvenes del club viajar en avión era una aventura. Si tenemos en cuenta que apenas comían en sus casas, subirse a semejante aparato y despegarse del suelo era un trauma del que  se hablaba en la semana previa al viaje.
El panorama en la cabina mostraba muchas caras. Recuerdo la de "Manteca" López, la de Martín Méndez, Jimmy Alarcón o algunos más experimentados como Di Marco, Parrado, Berruti o el "colifa" de Renato Corsi.
También viajó en esa ocasión, y por primera vez, un chico muy jóven que venía de hacer muchos goles en las categorías menores: Orlando Iwanski. Cuan bebé recomendado a sus maestras, nuestro querido "Polaco" fue ubicado entre los dos técnicos.Tengo muy presente su rostro asombrado, para él todo nuevo, rubio, tan blanco que parecía colorado, y los  ojos abiertos como del "dos de oro".
El viaje fue sin novedades. LLegamos a Tucumán, nos fuimos al hotel y al otro día jugamos con Atlético. Iwanski era el mimado por la dupla. Nunca supimos si la mamá del Polaco había tenido una charla con los tècnicos y les había recomendado el cuidado del "nene", pero al rubio delantero lo habían adoptado como a un hijo.
El final de la historia es que esa tarde Iwanski fue titular en el partido. Uno a cero para el Gallo, gol del Polaco. Más tarde empató Atlético y tras cartón, segundo gol de Morón y segundo de la cosecha del "nene". Para colmo, el partido se jugó un domingo coincidente con el día de la madre de 1992.Y esa fue la última victoria (no hubo tantas) del Deportivo Morón en el interior jugando en la categoría máxima del ascenso.
Pero así como este joven de 19 años nos dio un triunfazo, desde el otro lado, y con mucha experiencia, el arco de Morón tuvo un gran protagonista: el "flaco" Rubén Cousillas. "...Viejo es el viento, y sigue soplando...", le gritó un Tucumano al enorme Cousillas que tuvo uno de sus mejores partidos cuidando el arco albirrojo.
Para la vuelta, dos asientos tuvieron que dejarle a nuestro joven goleador, ¡claro, el pibe en uno no entraba!!!.
Moraleja: si nos toca volver...apostemos a un juvenil goleador y apliquemos la misma fórmula que la dupla técnica.

Relato ciego

Por Ezequiel Echeverría
ezequiel@la94sport.com

En esta ocasión la historia fue en Rosario. Y debo adelantarles que fue uno de los tragos más difíciles en estos 25 años.

Corría el año 1992 y vuelvo a señalar, la era de los celulares estaba muy en pañales. Viajar a Central Córdoba o hasta Argentino de Rosario siempre nos complicó las transmisiones. En el barrio Sorrento, cuna del Salaíto, la cosa era más sencilla. Al haber muchas casas detrás de la cancha, algún generoso vecino podía "alquilarte el teléfono" y el tramo de cable hasta una cabina era accesible. Pero en "La Tablada", en donde se encuentra el estadio de Central Córdoba, la cosa era mucho más complicada.

Para quienes no conocen la zona, el "Gabino Sosa" está rodeado por unos descampados y playas de ferrocarriles, o sea, que conseguir un teléfono de un vecino (cosa de por sí difícil) significaba tirar hasta la cabina no menos de 300 o 400 metros de cable.

Cansados de renegar año tras año con este menester, un colega rosarino ofrece darnos una mano, esperando la recíproca en su vuelta a Buenos Aires. Con toda la fe depositada en este muchacho al que sólo conocíamos por teléfono, viajamos distendidos hasta aquella ciudad. Recuerdo que nuevamente fue Alejandro Otoboni mi ladero para comentar el partido.

Llegamos al estadio, temprano como siempre tipo 13 hs., y nos contactamos con nuestro colega quien nos tranquilizó diciendo que había estado por la mañana cableando la zona y que todo estaba en orden. Efectivamente, nos ubicamos en una de las viejas cabinas detrás del arco, cosa que ya no me gustaba porque odio transmitir los partidos con un equipo de espaldas. Pero era lo que había ya que las radios locales ocupaban las centrales en la platea lateral. Y así, con una increíble tranquilidad, comenzamos la previa de una hora hasta el pitazo inicial.

Una transmisión de lujo, con notas que habíamos hecho en el hotel, comentarios, llamados de los oyentes; en una palabra "chochos" de una tarde distinta en Rosario. Pero nuestra felicidad no duraría mucho...
Cuando los equipos salen a la cancha un corte abrupto interrumpe nuestro trabajo y nuestra línea quedó literalmente "muerta". Desesperados, localizamos a nuestro colega cableador y le advertimos del inconveniente. Abrió los ojos como el dos de oro y encogiendo los hombros salió a buscar el desperfecto. Y como pasaban dos o tres minutos y la solución no aparecía, salí en búsqueda de nuestro colega y ahí advertí el problema: "el muy pelotu... había tirado los 300 metros de cable de arbolito en arbolito a unos 60 cm. del piso por el centro del descampado y ya para las 15 hs. se había armado un picado; o sea que nuestro cable tenía no menos de 70 pedazos desparramados por todo el improvisado campo de juego..."

Debo reconocer que mi elección era aprovechar los minutos para solucionar el tema o para romperle el trasero a patadas por inútil. Le dí la bendición y le pedí que me acompañara hasta la casa de la vecina que nos había alquilado el teléfono. Este buen muchacho me la presentó y le dije: "...señora, tuvimos un problema y esto le va a parecer muy loco, pero ¿me dejaría ud. ubicar en un costadito de su casa sin que nadie me moleste?..."

Cómo se notaba que corrían otros tiempos!, porque la gentil señora tuvo piedad de mi rostro y me dijo:"...sí, acomodate en aquel rinconcito, total hoy se fueron todos..."

Y allí, sentado en el piso contra una pared, con el teléfono en una oreja, sintonicé una radio rosarina y me puse el auricular en la otra. Amigo lector, fue la primera y única vez que trabajé de loro; porque re transmití todo lo que el relator rosarino contaba. Imagínense la situación: sentado solo en un rincón y a los gritos relatando un partido que no estaba viendo...

Cada tanto mi amigo Alejandro Otoboni metía algún comentario vía handy desde el estadio a dos cuadras. Claro que yo no podía transmitir por este medio porque las baterías no soportarían ni un tiempo.

En la cancha todos preguntaban por mí y mi comentarista no sabía qué explicarles. Pero la historia tuvo un plus. Promediando el segundo tiempo comenzaron a llegar los otros habitantes de la casa que no entendían nada. Pacientemente nuestra anfitriona se encargaba de explicarles lo poco que sabía de la situación; y todos se solidarizaban con este pobre muchacho que intentaba relatar un partido a ciegas. Todos menos el perro. Un simpático can "marca perro" que me olfateó ochenta veces, me lambió la cara cada vez que se le escapaba al dueño y hasta gritó a su manera el único gol del partido que le dio victoria al equipo local. Uno a cero abajo y final del partido... sólo atiné a saludar y tratar de olvidar lo mal que la había pasado. Ya cuando me retiraba de la casa, el dueño, un señor mayor me preguntó: "...ésto salió para Buenos Aires... ése Cousillas es el que atajó en San Lorenzo...?". "Sí y sí" fueron mis dos últimas palabras por las siguientes tres horas.

Ya en casa, y encontrándome con muchos oyentes,todos hacían hincapié en lo siguiente: "...qué distinto fue el relato del sábado...". Ya ni fuerzas me quedaban para aclarar esta historia que se blanqueó muchos años después.

El maní nos pierde...

Por Ezequiel Echeverría
ezequiel@la94sport.com

En esta ocasión no habíamos viajado tanto. Corría el año '99 y Morón debía visitar a Los Andes. Extrañamente para ir hasta el estadio habíamos optado por la "modalidad remis".
Por aquellos tiempos vivía en el barrio Agüero y habíamos pactado con un remisero amigo el viaje hasta Lomas de Zamora.
Allí subimos Damián Di Gregorio, Charly Artesi, Abregú y quien suscribe. En el pequeño baúl del Renaul 12 habíamos colocado los tres bolsos con los equipos de transmisión. Como siempre, salimos con tiempo rumbo al sur hablando y haciendo la previa de la transmisión que debía comenzar tipo 14 hs.
Como nuestro chofer no conocía demasiado la zona, le fuimos indicando el camino. Hasta ahí todo normal.
En el medio de la charla recordamos que en todas las canchas de la zona (Témperley, Bánfield y Los Andes) había un personaje que concurría con su carrito con forma de locomotora que vendía los cucuruchos de maní calentito. Fanáticos de ésto, ya nos relamíamos de la panzada de maníes que nos haríamos antes de comenzar la transmisión.
A una cuadra de la cancha divisamos que el carrito humeante ya estaba presto para quien quisiera comprarse algo, y nuestras sonrisas se reflejaron de tal manera que esos últimos metros hasta la puerta del estadio parecían interminables.
El remís paró y la delegación de La 94 Sport se arrojó del rodado en busca del preciado cucurucho. Le pagué al remisero y me sumé presuroso a la compra del maní calentito...
Como niños con dulces, cada uno de los integrantes de la "transmi" , cucuruchos en mano, nos dipusimos a ingresar al estadio hasta que una voz se alzó preocupante y preguntó: "...quién bajó los equipos?...".
Nuestras sonrisas se borraron de un plumazo e intentamos divisar a lo lejos si el Renault 12 blanco estaba cerca...Nones...
Desesperados buscamos un plan alternativo y antes que llamar a la agencia para que el remís nos vuelva a traer los equipos (el remisero no tenía celular, recordemos año '99), decidimos mandar a una delegación "manicera" con otro remís desde la cancha hasta el barrio Agüero para buscar los equipos. Allí partieron Damián y Charly. Mientras tanto nosotros tratamos de conseguir un aparato de teléfono como para arrancar la emisión de la previa.
Pero la situación fue que el remisero de Lomas, conocedor de la zona y rápido al volante, llegó mucho antes a la agencia de Agüero que el remís que nos había llevado. Y lo cómico fue ver la cara del chofer del Renault 12 cuando arribó a la agencia y se encontró con dos de los tipos que hacía una hora había dejado en Lomas de Zamora sentaditos en la agencia y comiendo maníes. "...Y ustedes qué hacen acá?...". También nuestro primitivo chofer había olvidado que los equipos estaban en el baúl.
Así nuestros compañeros volvieron a Lomas con los equipos mientras nosotros comenzamos la previa contando nuestra anécdota teléfono en mano.
Para el inicio del partido teníamos todo armadito y, ya sin maníes, pusimos el relato al aire. Hasta el día de hoy cada tanto cruzamos a este manicero en la cancha de Témperley o en Los Andes y le seguimos comprando detrás de una sonrisa cómplice que nos remonta hasta aquella anécdota.

Siestita tucumana

Por Ezequiel Echeverría
ezequiel@la94sport.com

Esta historia es un poco más cercana. Morón jugaba en la "B" Nacional del año '92. El partido era en Tucumán frente a San Martín.
Por aquellos años se había armado una "cofradía" de radios que seguían con mucho esfuerzo a sus equipos a través de todas las provincias. Y nuestro referente en la capital tucumana era "el viejo Luis Rey". Palabra santa en el norte argentino, mentor y comentarista de LV12. Como por aquella época los celulares estaban apareciendo en Buenos Aires pero no en el interior, todas las radios nos asegurábamos una línea telefónica de un vecino "tirada" hasta nuestros estadios para facilitársela al colega que venía desde tan lejos. Y en Tucumán teníamos un plus: Don Luis Rey nos prestaba hasta los equipos para la transmisión.
Algo que nunca voy a entender es por qué en el norte se juega tan tarde. Sabemos de los calores sofocantes de las tardes de verano, pero en aquellos tiempos en donde los locales elegían los horarios, siempre que jugábamos en San Martín o en Atlético a la noche, el patido comenzaba a las 22 o 22.30.

Nuestra cita era un viernes a las diez y media de la noche. Por lo tanto, junto a Alejandro Otoboni, en ese momento comentarista, decidimos ir a nuestros trabajos por la mañana, tomar un avión pasado el mediodía y transmitir a la noche.
Tanto quien escribe como mi amigo Alejandro, siempre tuvimos trabajos en donde nos levantábamos muy temprano. Por lo tanto nuestra jornada había comenzado cerca de las 4.00 a.m. Nos encontramos en Aeroparque tipo 13.00 hs. y llegamos a Tucumán a las 16.00 aproximadamente.
Una de las ventajas de viajar en este torneo, era que nuestros dirigentes siempre nos daban una mano respecto a los traslados y hospedajes. Esto significaba conseguir pasajes al costo (a través de la A.F.A.) y buenos hoteles a precios módicos.
Llegamos al Gran Hotel Tucumán (el más lujoso en ese momento) y decidimos hacer una siestita.
Llamamos a nuestro anfitrión Luis Rey, le comunicamos nuestra llegada, y quedamos en encontrarnos en el estadio tipo 9 de la noche.
Hermosa habitación, noveno piso, totalmente oscura y dos humildes trabajadores preparados para hacer un alto en la extensa jornada. Detalle: el hotel estaba de refacciones y a las 17 habían comenzado a martillar. El ruido era tal que no podíamos pegar un ojo. Y éso que les aseguro he dormido en los lugares más insólitos e inhóspitos del país. Con Otoboni mirábamos el reloj y las horas pasaban y nuestro sueño no llegaba. Pero se ve que en algún momento de la tardecita, los obreros culminaron su jornada y allí pudimos meternos en un sueño pesado del que seríamos prisioneros.

Recuerdo un grito: "...cabezón, son las diez!...". Yo no entendía nada, ni siquiera en dónde estaba. "...Dale boludo, nos quedamos dormidos!..."
Nunca hicimos tantas cosas la mismo tiempo. Corroboramos la hora, llamamos a conserjería para que nos pidan un taxi, nos cambiamos, tomamos nuestras cosas y salimos corriendo para la cancha. Por suerte el auto estaba en la puerta y el "tachero" no entendía nuestro apuro,  le hicimos romper todas las reglas de tránsito posibles. LLegamos al estadio con toda la gente adentro, por lo tanto pasamos rápido y al subir al sector de prensa nos dimos cuenta del revuelo que habíamos provocado ya que todo el mundo nos estaba buscando. Inclusive la transmi había comenzado en Buenos Aires y preguntaban por nosotros.
Recuerdo que comencé con un "...buenas noches, estamos en Tucumán y comienza el partido!...".
Obviamente perdimos, siempre fue así en el estadio del santo, pero lo que no terminaba nunca eran las explicaciones de nuestra "desaparición" en la tarde-noche tucumana. Lo bueno es que estábamos tan descansados, que luego del partido tuvimos tiempo de ir a comer con algunos colegas y seguir una sobremesa de historias interminables hasta muy entrada la madrugada.

Tardecitas en Merlo

Por Ezequiel Echeverría
ezequiel@la94sport.com


Corrían las primeras fechas del torneo de la "B" de 1987. Para nosotros, todos muy jóvenes, ir a transmitir de visitantes significaba toda una aventura. Aclaremos que por aquellos años ni soñábamos con un celular.
Deportivo Morón debía jugar con Merlo en el Parque San Martín. Imagínense que si hoy, en la "B" Nacional, el estadio "Charro" es de difícil acceso, hace 25 años había que tener coraje para emprender semejante aventura. Porque no era solamente ir y transmitir. La odisea comenzaba durante la semana en donde teníamos que acercarnos hasta la cancha como para ver en dónde colocaríamos la antena para que orientada hacia nuestra radio (a pasitos de la plaza de Morón), el sábados pudiéramos contarles a los hinchas del GALLO el partido.
Pero desprevenido lector le aclaro: no estoy hablando de una "antenita". Los técnicos que nos vendieron los equipos nos "enchufaron" un mamotreto de dos metros de largo por casi medio de alto, más el mástil. Para que tengan una idea, era como un tendedero de ropa de aluminio que sólo en mi 12 Break y con el portón abierto, podíamos acomodar.
Y allí fuimos hasta Merlo en la semana para probar el enlace... Hoy lo recuerdo, y con vergüenza ajena, la gente del barrio nos veía bajar con todos esos cachivaches a las tres de la tarde y con la cancha vacía.
Gentilmente nos abrieron y miraban asombrados cómo estos colifas empezaban a tirar alargues y cables y movían para acá y para allá ese "tendedero" de aluminio mientras otro hablaba y esperaba una respuesta desde el lejano Morón.
También es oportuno aclarar que como no existían los celulales y teléfono en la zona no había, con nuestro operador en la radio, habíamos combinado que a partir de las 15 aproximadamente, estuviera atento al receptor porque lo estaríamos llamando desde la cancha.
Así nos pasamos casi una hora en Merlo y sin respuesta desde la radio. Uno de nosotros tomó coraje y se subió al auto para buscar un teléfono para llamar a la radio a ver qué pasaba. Mientras tanto, quien escribe, ya hacía una hora que repetía como un loco: "...Dany, me escuchás? Estoy llegando? Contestame algo carajo!!!..."
Ya agotado y casi abatido, veo llegar mi Renault con mi compañero que había podido ubicar a nuestro receptor que literalmente se había olvidado de encender el equipo. Un boludo!!!
Pero luego de preguntar unas 2580 veces si me escuchaban, a lo lejos sentí una sinfonía para mis oídos: "...siiiì te escucho sucio, pero te recibo...".
Bueno, ahora que aunque sea estábamos comunicados, la historia pasaba por orientar la antena y tratar de mejorar la calidad de la señal.
La subimos a la tribuna. La bajamos. La llevamos al córner. La colgamos de un poste. Cada vez se escuchaba peor. Hasta que nos metimos debajo de la tribuna lateral (donde hoy está la platea) y la atamos con un alambre al alambrado perimetral. No me pregunten què misterio la tecnología nos tenía reservado ese momento, pero lo cierto es que nuestro tendedero de aluminio apoyado al alambrado de púa funcionaba mejor que en cualquier parte. "...Ese era el lugar...".
Ya muy cansados, y con las primeras sombras de tardecita, juntamos todos nuestros elementos y volvimos a casa.
La historia concluye que el sábado del partido, fuimos muy temprano; no fuera a ser que alguien osara ocupar nuestro lugar. Y transmitimos...
Ya ni me acuerdo cómo terminó el partido, pero les puedo asegurar que cuando escuché la grabación de nuestra odisea en Merlo, me dieron ganas de romper a patadas la antena, el equipo y lo que se me cruzara en ese momento. Diga que uno era muy joven y a los siete días el fútbol nos daría una revancha.