sábado, 11 de agosto de 2012

Relato ciego

Por Ezequiel Echeverría
ezequiel@la94sport.com

En esta ocasión la historia fue en Rosario. Y debo adelantarles que fue uno de los tragos más difíciles en estos 25 años.

Corría el año 1992 y vuelvo a señalar, la era de los celulares estaba muy en pañales. Viajar a Central Córdoba o hasta Argentino de Rosario siempre nos complicó las transmisiones. En el barrio Sorrento, cuna del Salaíto, la cosa era más sencilla. Al haber muchas casas detrás de la cancha, algún generoso vecino podía "alquilarte el teléfono" y el tramo de cable hasta una cabina era accesible. Pero en "La Tablada", en donde se encuentra el estadio de Central Córdoba, la cosa era mucho más complicada.

Para quienes no conocen la zona, el "Gabino Sosa" está rodeado por unos descampados y playas de ferrocarriles, o sea, que conseguir un teléfono de un vecino (cosa de por sí difícil) significaba tirar hasta la cabina no menos de 300 o 400 metros de cable.

Cansados de renegar año tras año con este menester, un colega rosarino ofrece darnos una mano, esperando la recíproca en su vuelta a Buenos Aires. Con toda la fe depositada en este muchacho al que sólo conocíamos por teléfono, viajamos distendidos hasta aquella ciudad. Recuerdo que nuevamente fue Alejandro Otoboni mi ladero para comentar el partido.

Llegamos al estadio, temprano como siempre tipo 13 hs., y nos contactamos con nuestro colega quien nos tranquilizó diciendo que había estado por la mañana cableando la zona y que todo estaba en orden. Efectivamente, nos ubicamos en una de las viejas cabinas detrás del arco, cosa que ya no me gustaba porque odio transmitir los partidos con un equipo de espaldas. Pero era lo que había ya que las radios locales ocupaban las centrales en la platea lateral. Y así, con una increíble tranquilidad, comenzamos la previa de una hora hasta el pitazo inicial.

Una transmisión de lujo, con notas que habíamos hecho en el hotel, comentarios, llamados de los oyentes; en una palabra "chochos" de una tarde distinta en Rosario. Pero nuestra felicidad no duraría mucho...
Cuando los equipos salen a la cancha un corte abrupto interrumpe nuestro trabajo y nuestra línea quedó literalmente "muerta". Desesperados, localizamos a nuestro colega cableador y le advertimos del inconveniente. Abrió los ojos como el dos de oro y encogiendo los hombros salió a buscar el desperfecto. Y como pasaban dos o tres minutos y la solución no aparecía, salí en búsqueda de nuestro colega y ahí advertí el problema: "el muy pelotu... había tirado los 300 metros de cable de arbolito en arbolito a unos 60 cm. del piso por el centro del descampado y ya para las 15 hs. se había armado un picado; o sea que nuestro cable tenía no menos de 70 pedazos desparramados por todo el improvisado campo de juego..."

Debo reconocer que mi elección era aprovechar los minutos para solucionar el tema o para romperle el trasero a patadas por inútil. Le dí la bendición y le pedí que me acompañara hasta la casa de la vecina que nos había alquilado el teléfono. Este buen muchacho me la presentó y le dije: "...señora, tuvimos un problema y esto le va a parecer muy loco, pero ¿me dejaría ud. ubicar en un costadito de su casa sin que nadie me moleste?..."

Cómo se notaba que corrían otros tiempos!, porque la gentil señora tuvo piedad de mi rostro y me dijo:"...sí, acomodate en aquel rinconcito, total hoy se fueron todos..."

Y allí, sentado en el piso contra una pared, con el teléfono en una oreja, sintonicé una radio rosarina y me puse el auricular en la otra. Amigo lector, fue la primera y única vez que trabajé de loro; porque re transmití todo lo que el relator rosarino contaba. Imagínense la situación: sentado solo en un rincón y a los gritos relatando un partido que no estaba viendo...

Cada tanto mi amigo Alejandro Otoboni metía algún comentario vía handy desde el estadio a dos cuadras. Claro que yo no podía transmitir por este medio porque las baterías no soportarían ni un tiempo.

En la cancha todos preguntaban por mí y mi comentarista no sabía qué explicarles. Pero la historia tuvo un plus. Promediando el segundo tiempo comenzaron a llegar los otros habitantes de la casa que no entendían nada. Pacientemente nuestra anfitriona se encargaba de explicarles lo poco que sabía de la situación; y todos se solidarizaban con este pobre muchacho que intentaba relatar un partido a ciegas. Todos menos el perro. Un simpático can "marca perro" que me olfateó ochenta veces, me lambió la cara cada vez que se le escapaba al dueño y hasta gritó a su manera el único gol del partido que le dio victoria al equipo local. Uno a cero abajo y final del partido... sólo atiné a saludar y tratar de olvidar lo mal que la había pasado. Ya cuando me retiraba de la casa, el dueño, un señor mayor me preguntó: "...ésto salió para Buenos Aires... ése Cousillas es el que atajó en San Lorenzo...?". "Sí y sí" fueron mis dos últimas palabras por las siguientes tres horas.

Ya en casa, y encontrándome con muchos oyentes,todos hacían hincapié en lo siguiente: "...qué distinto fue el relato del sábado...". Ya ni fuerzas me quedaban para aclarar esta historia que se blanqueó muchos años después.

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